Vía: Blog El Nido de Gavilán
La mayoría de las intervenciones sanitarias, aún hoy en día, se llevan a cabo sin que el paciente haya sido debidamente informado sobre sus potenciales beneficios y posibles riesgos. Ni la ley de autonomía del paciente ni las nuevas tecnologías están contribuyendo de una manera relevante a mejorar el panorama, aunque esto no quita para que se siga trabajando sobre de qué maneras y con qué fórmulas informar e involucrar al paciente en la toma de decisiones.
En las personas mayores el reto es aún más complejo. Además de no estar habituados a solicitar información ni a tomar parte en las decisiones clínicas, muchos de ellos suman a sus incipientes problemas perceptivos el hecho de contar con un bagaje cultural no muy rico.
A estas barreras hay que sumar una: el anumerismo. Una forma de incultura que nos hace más vulnerables y que no sólo afecta a cosas cotidianas, como la probabilidad de lluvia, sino también a las decisiones en salud.
En un reciente artículo (gracias, Carlos Gil), un grupo de personas mayores recibió un libreto informativo sobre el riesgo de caídas, que contenía, entre otras cosas, datos numéricos extraídos de estudios científicos y expresados en forma de pictogramas, tablas, figuras y gráficas, pero también textos explicativos, consejos y elementos de narrativa (testimonios de pacientes).
Como resulta lógico (el libreto tenía más de 50 páginas), los entrevistados se quedaban sólo con los consejos, los resúmenes y los testimonios de personas como ellos. Nos pasa también a los médicos (ojo, no nos creamos tan listos) y por eso los panfletos publicitarios y las estrategias de mercadotecnia de la industria farmacéutica utilizan los mismos métodos.
Pero lo importante no es sólo cómo se presenta la información, sino de qué se informa.
Así, en otro estudio publicado en Archives of Internal Medicine y realizado en personas mayores, se han utilizado pictogramas (como el utilizado en este boletín -pag 7- a propósito de una nueva estatina) en los que se representa el beneficio, expresado en riesgos absolutos, en cuanto a disminución del riesgo cardiovascular a los 5 años con y sin tratamiento, en función de varios escenarios extraídos de diferentes estudios. Datos estadísticos, ojo. No se evaluaba el grado de aceptabilidad de la información, pero sí la respuesta en cuanto a “deseabilidad a seguir el tratamiento” en los distintos escenarios.
El estudio desvela algo de sentido común: no eran muchos más los pacientes deseosos de tomar la medicación cuando los escenarios eran más favorables (disminuciones del riesgo mayores). Sin embargo, cuando se presentaban diferentes escenarios de gravedad de los efectos adversos sí que había diferencias: lógicamente, eran muchos los que, ante la posibilidad de sufrir efectos adversos que interfirieran en su vida, pensaban que era mejor no tomar el medicamento.
Por tanto, les cuesta interpretar los datos estadísticos, ¡pero de tontos no tienen un pelo! Las personas mayores, muy sensatamente, piensan más en los problemas que les pueden ocasionar las medicinas que en sus posibles beneficios. Y no es en vano esa percepción. Son conscientes de que el tiempo apremia, y piensan que es mejor vivir mejor que vivir mucho….
(Foto: ancestros, de Francisco Javier Argel)