Vía: Blog ATensión Primaria
Manuel es un paciente de mi consulta. A sus más de 90 años, su cuerpo ya no puede venir a la consulta. Su cabeza y su carácter de hombre vinculado al ejército, aún le piden venir, pero su cuerpo no le deja. Manuel disfruta de las prestaciones del Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS). En ISFAS las recetas son distintas. Las tiene el paciente, las trae a la consulta y se hacen “a mano”.
Esto quiere decir, que Manuel no puede beneficiarse de los llamados “circuitos de crónicos”. No puede beneficiarse de la informatización de la receta. Cada vez que voy a su domicilio, me tengo que acordar de llevarme el sello, si no, no le puedo hacer recetas. Su hija viene a la consulta y se las hago, en caso de que se me haya olvidado.
No es el único caso. La Mutualidad General de Fucionarios Civiles del Estado (MUFACE) es un caso paralelo.
La comunidad de Madrid hace casi 100 millones de recetas al año. En toda España, debe ser de escalofrío. En estos tiempos que corren, de apreturas económicas, se podrían ahorrar muchos euros si dejáramos de gastar papel “hermosamente impreso” como receta, para usar folios en blanco para todo y la impresora imprimiése en letra, en el código de barras, o donde se decida, el tipo de prestación del paciente (activo, pensionista, accidente laboral, ISFAS, MUFACE…).
Se ahorraría dinero, se facilitaría el trabajo en las consultas, se llegaría con mucho retraso al siglo XXI, me ahorraría llevar sello y tampón en el maletín y los muchos paseos de la hija de Manuel. Además se acabaría el suministro específico de recetas, su envoltorio de plástico, los resguardos de entrega, el ASTARE (un programa, ASignación de TAlonarios de REcetas, cuyo concepto pertenece siglos pasados), los armarios blindados para su custodia… en fin, toda la parafernalia heredada de tiempos pretéritos.
Eso ya sin hablar de la receta multiprescripción. La receta electrónica ni se ve en Madrid. Una receta electrónica que valga para todo el Estado en 2013, es para partirse de la risa.
Necesitamos, urgentemente, un ataque de sensatez. Y de paso, un poco de valentía para desterrar procedimientos propios de otros tiempos
José Luis Quintana, médico de familia.